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-Tres Poemas (inéditos) de Octavio Armand
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Zenón
Das a luz sombras.
Siempre pares nones.
Comprenderte es la meta
y no comprenderte una carrera.
De tu ausencia, gran ausente,
hemos aprendido ausencias,
y para soñar abrimos los ojos contigo.
Sombras, sobras, obras:
solo falta lo que abunda.
El uno de tus números,
dividido, es infinito.
Exhausto, el lunes de tus días
apenas llega a martes.
Ni tú mismo cabes rebanado
en el yo que conjugas.
Obras, sobras, sombras:
solo abunda lo que falta.
Tántalo te pide sopa de jicotea.
Tu tortuga, tu tortura:
2500 años y aún otra penúltima
mitad le arrebata la victoria a Aquiles.
César aprendió a conquistar
siguiendo tus huellas.
No hay héroe que resista
tan menguantes cifras.
Tantas veces vences y cautivas
que el horizonte es un párpado
y un parpadeo. Lo remoto
se nos viene encima
y permanece inalcanzable.
A falta de laureles, un consuelo:
jamás nos atravesará tu flecha.
Nunca, jamás, de ningún modo.
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Casa
Mientras haya nubes
tendrá puntal y techo.
Mientras se arrastre un río
sus cuatro mil paredes
vestirán de piedra a las piedras.
Si la puerta es un árbol
se oirá el canto de las frutas
y las sombras madurarán
al alcance de la mano.
Que crezca sin aldabas.
Que sea posible ser y seguir
siendo y mucho más fácil abrir
y entrar que cerrar y salir.
A la luz de un párpado
la pinto con relámpagos.
Paraíso o infierno de estar solo,
paraíso o infierno acompañado
por el deseo y sus mitades,
la levanto sobre el viento
y los pájaros llegan al sur.
La entierro y se acaba el tiempo.
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El nieto*
A caballo seguía a una gota de agua.
Al galope, el perfil lanzado en la dracma que decidiría su suerte,
daba tumbos por el aire, como una nube deseosa de regresar al
centro de la tierra.
Respondía a la candela como si las lenguas de fuego le preguntaran
la hora o la historia de un abuelo que había peleado en el 68, el 79 y
el 95 junto a Gómez, Crombet, los Maceo y Policarpo Pineda.
Crecía de pie, empinado y liso el cerno en la corteza cuarteada, un
puente entre el magma y el vuelo de un pájaro.
En él se posaba ese pájaro para cantar el susto o el arrobo.
En él cantaba la rama del árbol cuando sentía el inquieto anillo de
las garras.
La tierra misma, en flores ciegas y frutos y piedras que no pesan
tanto como tus párpados que sueñan, estrenaba mil voces cuando
él decía jabillo, laja, cantera, caimito.
Si nunca se equivocó, no es culpa suya.
Hay quien nace para ahogarse en una gota de agua.
Por eso, a pelo, seguir la suya era cumplir un destino, como cuando la
reina de trébol completa la difícil seguidilla y ganas, o un joven muere
al zambullirse en su rostro.
Grecia negra y de pie, Cuba griega en pie de guerra, él de pie
estribándose sobre la lenta rotación del planeta.
Caballito de palo de Troya, burbujas como ojos saltones que
recuerdan escamas perdidas en la orilla.
Del pez, del niño, del héroe, solo la burbuja, la gota perfecta, vacía.
Eso queda.
*Más de una vez me lo contó mi madre. Aún me resulta insólito: una hija del viejo general mambí Quintín Banderas, asesinado a machetazos por tropas del ejército cubano en 1906, trabajaba como lavandera en Guantánamo. De niño imaginé a un hijo suyo -- no sé si lo tuvo -- que en la miseria sentía el orgullo de su sangre al jugar en un piso de tierra. Verlo montar un palo de escoba en la manigua era soñar las Guásimas, Palo Seco, Peralejo. Lo recuerdo ahora como entonces lo imaginé. Con rabia, con vergüenza, con orgullo.Octavio Armand (Guantánamo, 1946) reside en venezuela. Desde 1961 vive exiliado.
Excelentes poemas!. Me llama la atención particularmente el titulado CASA y ese ethos con la natura que propone. Esa identificación del hogar con la naturaleza primaria y sus elementos es tal vez lo opuesto a la identificación que estableció la literatura romántica con la patria la cual reducía la idea de la pertenencia a la cuestión geo-política.
ResponderEliminarArmand nos recuerda además el maravilloso vínculo de pertenencia que tenemos con la natura (la Pachamama como dirían Quéchuas y Aimaras); hogar de hogares; un nexo que propone vivo, amable, espiritual, sin jerarquías. Nos recuerda sabiamente que aquella no nos pertenece, nosotros le pertenecemos. Gracias Armand, gracias Chago. Julio Fowler