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3 poemas inéditos del libro DURO DE ROER de Damaris Calderón
-------- DURO DE ROER
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Hasta la quebradura de las rodillas sus huesos
habían sido siempre domésticos. Como los
huesos de pollo que había visto en el caldo,
en la sopa, cloqueando en el corral, antes
de terminar triturados en los dientes del
padre..----Guárdame este hueso como hueso santo.
Y se sentaba en el portal, a chuparlos, comparándolos
con las propias falanges. Y si le salía un orzuelo,
el tío milagrero lo curaba con una peseta caliente
o con un mate, y si una verruga, con la cruz de
un hueso, que había que enterrar en el patio, para
que se pudiera. Como los otros.
La abuela se pudrió y quiso verlos a todos. Un racimo
de plátanos para consuelo de una vieja: una familia.
Hasta que las rodillas se volvieron locas o se enfermaron
de rabia y empezaron a morder lo que se les pusiera por
delante. Y hubo que quitarle el bozal al perro y ponérselo
en las piernas.
Luego los huesos escaparon de casa, cogieron su propio
rumbo. Y su vida fue simple, descarnada. Como una articulación.
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---------- LENGUA Y VERDUGO
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Entre el verdugo y la lengua hay una serie
de relaciones. Entre la lengua, natural, y
el verdugo, antinatural, existe, como en la
sangre, un sistema de vasos comunicantes.
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La lengua, como el verdugo, no es homogénea
ni unitaria (un verdugo está hecho de todos
los pedazos de sus víctimas, además de
los suyos). En ambos, fatalmente, no hay
solución de continuidad. Por razones obvias,
el verdugo prefiere siempre las lenguas muertas,
aunque en los restos de las lenguas habladas
( y las reconstruidas) es posible encontrar
la misma ceniza que en la ropa del verdugo.
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En lo que se refiere a su brutalidad, el verdugo
no es un sistema, sino un conjunto de sistemas,
opera siempre por selección, prefiriendo
la expresividad a la comunicación, y es anónimo,
como la mejor literatura.
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El hecho (la hipótesis) de la existencia de una
lengua madre, de cuyas ramas se derivaría
un tronco común, sólo facilita, (qué duda cabe),
la tarea del verdugo.
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-------------- VOCABLOS
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Yo no era un médico rural y habían venido abuscarme.
No sé si habían venido para que
sanara o para que fuese sanado. Las sílabas
levantaban las patas sobre la mesa y no
se avanzaba un centímetro. No importaba
tampoco avanzar. “Hubo un tiempo en que
las palabras y las cosas..”, “Hubo un tiempo
en que el hombre y la naturaleza...” El
médico que había en mí, tomaba el bisturí y
cortaba; el paciente que había en mi, se sometía
con la docilidad de un guante doblado. Arrojaba
el guante a la espera del reto y sólo aparecían
vocablos. Los vocablos no daban en el blanco
y se alejaban como venablos cabizbajos.
Las sílabas doblaron las patas, sujetas a la
caballeriza, pues no había herida que sanar
ni viaje alguno que emprender.
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