lunes, 31 de octubre de 2011

Octavio Armand: "Lírica"

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----------Lírica
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Por Octavio Armand
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----Físicamente, ahora también físicamente, comprendo cómo Vallejo podía aullar en cualquier parte de la oración, como si esta fuera una anatomía en crisis. Afligidas partes del cuerpo. Su personalísimo haber impersonal es una siguiriya entonada por El Chocolate. Ay, ay, ay, es lo que siento cada vez que en sus poemas leo hay, hay, hay. Así, desde la primera palabra del primer verso del poema inicial de su primer libro: Hay golpes en la vida, tan fuertes ... ¡yo no sé!; hasta la desgarradora ternura de su último poema, España, aparta de mí este cáliz, donde la terrible exclamación se adueña de las letras: ¡Cómo váis a bajar las gradas del alfabeto/ hasta la letra en que nació la pena!

Se trunca el crecimiento de los niños, quedan en diez los dientes y en palote el diptongo. Mutilada, la niñez no logrará escalar todos los peldaños que van de alfa a omega, como si se quedara sin z el diez y solo llegara nueve; y por ello tendrá que renunciar al milagro de la lectura, incluso la de este mismo maravilloso poema que le anuncia el desastre, devolviéndose de la penúltima letra del alfabeto, la i griega, a la primera, la a, hasta quedarse apenas con una dolorosa síntesis del lenguaje. Y de su ser a medias.
¡Ay!

Todo duele. Desde lo inorgánico a lo animal, y de lo animal a lo humano, una panestesia que se puede comprimir en gritos o gemidos, como si de cápsulas se tratara: Y el mueble tuvo en su cajón, dolor,/ y el corazón, en su cajón, dolor,/ la lagartija, en su cajón, dolor. Hoy sufro solamente, dijo Vallejo hace muchas décadas para que el 23 de septiembre del 2011 yo pudiera repetirlo durante unas diez horas, comenzando en mi cuarto entre la 1 y 3 y 1/2 de la madrugada y culminando en la Emergencia del Urológico a eso de las 11 y 1/4 de la mañana.

Un nervio inflamado. Imposible dormir. Y casi imposible respirar, pues al henchirse siquiera mínimamente durante sus aterradoras aspiraciones el pulmón, todo el costillar, primero, y luego hasta los poros y las canas, me reducen a la desesperación, a tal punto que desde el sueño cotidiano impedido empiezo a soñar el eterno.

Suficientemente intenso -- lancinante, diría el médico --, el dolor provoca una extraña forma de narcisismo: la víctima queda reducida a su dolor, a sentirlo, a padecerlo, a lamentarlo. No existe nada sino su dolor; él mismo solo existe para sostenerlo a toda costa, como si de belleza o talento se tratara.

Al dolor como narcisismo, añadir el dolor como ruina. Luego de las tres inyecciones del antiinflamatorio, Cataflán de 75, parece que vuelvo a la normalidad. Pero temo que apenas sea una tregua. El dolor está hundido en mi cuerpo, tal vez agazapado en un tendón, o entre dos discos, o en alguna vértebra cuya artrosis o lujación podría despertarlo de un momento a otro. A medida que envejezco, el cuerpo se me va convirtiendo en una ruina; y ahora, además, sé que bajo ella, en ella, hay otras, muchas otras, como nueve Troyas enterradas.

No más inyecciones de Cataflán. Ahora me lo trago en pastillas, una al día, como si fueran malas palabras. Pero a la vez estreno sutilezas y arrobos como nubes bajo el cielo de la boca, y no quiero que se atasquen en el camino viejo, pues también me han recetado Lyrica de 75 mg cada doce horas.

¡Así mismo, lírica, como lo oyen! Solo que esta nada tiene que ver con la antología griega, por supuesto. Se trata de cápsulas de pregabalina fabricadas por los laboratorios Pfizer. El nombre me encanta, ¿cómo negarlo? Pareciera que al fin los médicos, que tanto mitigaron las escabrosas lecciones de anatomía gracias a los dibujantes del renacimiento, ahora han aprendido algo de poesía. Como lo supieron desde siempre Safo, Alceo, Píndaro y tantos otros, el dolor se disipa o se atenúa con plectro y lira: todos ellos curaban y se curaban con lirismo, solo que en pentámetros o hexámetros que eran milagrosas cápsulas de ritmo.

Para colmo, esta lírica química que cada doce horas se suma a mi musa está compuesta de un misterioso espectro de ingredientes, muchos de los cuales parecen aspirar a ser entonados en métrica antigua. Pero entre el dióxido de titanio y el propilenglicol figura uno muy familiar, que me tranquliza: tinta negra. ¡Vaya! ¡Tinta negra! Me siento como un calamar. Como un enroscado pulpo minoico. El oficio, siempre lo he anhelado así, es celular, protoplásmico. Nuez, no cáscara.
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Caracas, 29 de septiembre 2011
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-OArmand en Efory Atocha, Aquí
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Imagen tomada de la Web.
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jueves, 27 de octubre de 2011

"Sin mencionar a Güantánamo"


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Sin mencionar a Güantánamo
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L. Santiago Méndez Alpízar/ Chago
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Ahora que por fin es de hipócritas, cínicos, persona de tercera, rechazar la violencia, linchamientos, ataques de potencias militares a países con problemas internos que únicamente a ellos pertenecen, ahora que se aplaude el atropello ajeno, mejor dejar en claro algunas cosas.

Yo conozco la ceguera que generan las sociedades de consumo, y es allí donde quizá sea el germen, la matriz. Sí, es algo bien curioso: hay un pensamiento -por llamarlo- donde para comenzar se pierde la perspectiva y se vive lo imaginado ya sea para adornar la vida, o sencillamente por dialéctica inversa, que será según lo pienso, dialéctica igual, solamente que al revés. Los extensos años de dictadura en Cuba, han conspirado a favor de estos imaginativos y hasta divertidos pensadores, por regla general, autoexiliados cubanos. Si se creen entonces sus propias fantasías de personas hostigadas en un pasado reciente a olvidar, claro que les cae a mano ignorar las atrocidades que en nombre de Libertad y más generosidades vamos viendo a borbotones en los telediarios, la Web, los medios en general. Porque esta filantropía es sesgada, parcial, afecta solamente a una zona. Es muy común lo que digo, abundante. Los ejemplos van desde insistentes escritorzuelos, pasando por fabricantes de pujos y hasta el aquí resaltado. O sea, una amplia variedad de pensadores excaribeños desnaturalizados y a la vez inmersos en el nuevo orden, nueva vida, con total entrega al más rancio politiqueo y la amnesia imprescindible.

Nos convidan aplaudir que los EE.UU tomen la decisión de bombardear, hacer la guerra, eliminar a un dictador, armar a un bando, impongan una nueva vida según los cánones occidentales... Pero nunca pensar que hay muchas evidencias, preguntas realizadas ya no solamente por obviedad, también con ciencia, y que siguen sin ser respondidas. Para estos explayados pensadores entroncados en cosmogonías de grandeza y con ramalazos dogmáticos, muy cerquita del discurso hegemónico y en más ocasiones paladines, tarugos inescrupulosos, lo que tenemos que asumir es algún derecho de los países más militarizados a disponer un orden global.

Y va ser que no.

No, ya no solamente por el hecho de estar en principio con el más débil, también por entender que los asuntos de los pueblos tienen que ser resueltos por los pueblos mismos, sin injerencia disfrazada ni bombardeos humanitarios . No, pues mienten cuando eligen el destino de cientos de miles de personas totalmente a espaldas, indefensas, pobres, reprimidas, y a las que se les receta la guerra como solución: que vivan y gocen la benevolencia de las bombas libertarias.

Reunidos en cómodos salones y con la impunidad que permite la fuerza, les da igual si cuentan con los organismos internacionales, o sencillamente fabrican y demonizan el objetivo.

No, pues antes de consentir el linchamiento del último caudillo, tendrían que ser juzgados los responsables de las muertes de civiles en países que fueron devastados bajo falsos testimonios. ¿O hasta cuándo hay que permitir la impunidad de los poderosos?

Sobran evidencias de lo que pueden llegar a realizar, testimonios de personas con la credibilidad suficiente, pero los culpables siguen en libertad, o por lo menos, sin ni siquiera dejar de ser tratados con privilegios, todo lo contrario. El imperio se fabrica a sus amigos que luego serán sus enemigos igualmente. Serpiente que se mastica la cola que le vuelve a crecer, así de paso se alimenta. El imperio fabrica las mentiras, pretextos, que luego desplegará por todas partes, y para cuando nos demos cuenta habrá anochecido...

No hay mejoras en los países invadidos en los últimos diez años, ni en Afganistán, ni en Iraq, ni la habrá en mucho tiempo ahora en Libia. No se aprende nada linchando personas, ni hay valores en la guerra, todo lo contrario.

Prefiero entonces la hipocresía de los pacíficos, los que entienden la prioridad del respeto ajeno, a la libre determinación de los pueblos. Los que insisten en recalcar el derecho también a que sean ellos, los propios pueblos con sus disímiles realidades y en total autonomía, los que tienen, tenemos que solucionarlo, todo.

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martes, 25 de octubre de 2011

José Martí: "Vindicación de Cuba"

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----Vindicación de Cuba
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Por José Martí
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Sr. Director de The Evening Post.

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Señor:

Ruego a usted que me permita referirme en sus columnas a la ofensiva crítica de los cubanos publicada en The Manufacturer de Filadelfia, y reproducida con aprobación en su número de ayer.

No es éste el momento de discutir el asunto de la anexión de Cuba. Es probable que ningún cubano que tenga en algo su decoro desee ver su país unido a otro donde los que guían la opinión comparten respecto a él las preocupaciones sólo excusables a la política fanfarrona o la desordenada ignorancia. Ningún cubano honrado se humillará hasta verse recibido como un apestado moral, por el mero valor de su tierra, en un pueblo que niega su capacidad, insulta su virtud y desprecia su carácter. Hay cubanos que por móviles respetables, por una admiración ardiente al progreso y la libertad, por el presentimiento de sus propias fuerzas en mejores condiciones políticas, por el desdichado desconocimiento de la historia y tendencias de la anexión, desearían ver la Isla ligada a los Estados Unidos. Pero los que han peleado en la guerra, y han aprendido en los destierros; los que han levantado, con el trabajo de las manos y la mente, un hogar virtuoso en el corazón de un pueblo hostil; los que por su mérito reconocido como científicos y comerciantes, como empresarios e ingenieros, como maestros, abogados, artistas, periodistas, oradores y poetas, como hombres de inteligencia viva y actividad poco común, se ven honrados dondequiera que ha habido ocasión para desplegar sus cualidades, y justicia para entenderlos; los que, con sus elementos menos preparados, fundaron una ciudad de trabajadores donde los Estados Unidos no tenían antes más que unas cuantas casuchas en un islote desierto; ésos, más numerosos que los otros, no desean la anexión de Cuba a los Estados Unidos. No la necesitan. Admiran esta nación, la más grande de cuantas erigió jamás la libertad; pero desconfían de los elementos funestos que, como gusanos en la sangre, han comenzado en esta República portentosa su obra de destrucción. Han hecho de los héroes de este país sus propios héroes, y anhelan el éxito definitivo de la Unión Norte-Americana, como la gloria mayor de la humanidad; pero no pueden creer honradamente que el individualismo excesivo, la adoración de la riqueza, y el júbilo prolongado de una victoria terrible, estén preparando a los Estados Unidos para ser la nación típica de la libertad, donde no ha de haber opinión basada en el apetito inmoderado de poder, ni adquisición o triunfos contrarios a la bondad y a la justicia. Amamos a la patria de Lincoln, tanto como tememos a la patria de Cutting.

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No somos los cubanos ese pueblo de vagabundos míseros o pigmeos inmorales que a The Manufacturer le place describir; ni el país de inútiles verbosos, incapaces de acción, enemigos del trabajo recio, que, junto con los demás pueblos de la América española, suelen pintar viajeros soberbios y escritores. Hemos sufrido impacientes bajo la tiranía; hemos peleado como hombres, y algunas veces como gigantes, para ser libres; estamos atravesando aquel período de reposo turbulento, lleno de gérmenes de revuelta, que sigue naturalmente a un período de acción excesiva y desgraciada; tenemos que batallar como vencidos contra un opresor que nos priva de medios de vivir, y favorece, en la capital hermosa que visita el extranjero, en el interior del país, donde la presa se escapa de su garra, el imperio de una corrupción tal que llegue a envenenarnos en la sangre las fuerzas necesarias para conquistar la libertad. Merecemos en la hora de nuestro infortunio, el respeto de los que no nos ayudaron cuando quisimos sacudirlo.

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Pero, porque nuestro gobierno haya permitido sistemáticamente después de la guerra el triunfo de los criminales, la ocupación de la ciudad por la escoria del pueblo, la ostentación de riquezas mal habidas por una miriada de empleados españoles y sus cómplices cubanos, la conversión de la capital en una casa de inmoralidad, donde el filósofo y el héroe viven sin pan junto al magnífico ladrón de la metrópoli; porque el honrado campesino, arruinado por una guerra en apariencia inútil, retorna en silencio al arado que supo a su hora cambiar por el machete; porque millares de desterrados, aprovechando una época de calma que ningún poder humano puede precipitar hasta que no se extinga por sí propia, practican, en la batalla de la vida en los pueblos libres, el arte de gobernarse a sí mismos y de edificar una nación; porque nuestros mestizos y nuestros jóvenes de ciudad son generalmente de cuerpo delicado, locuaces y corteses, ocultando bajo el guante que pule el verso, la mano que derriba al enemigo, ¿se nos ha de llamar, como The Manufacturer nos llama, un pueblo “afeminado”? Esos jóvenes de ciudad y mestizos de poco cuerpo supieron levantarse en un día contra un gobierno cruel, pagar su pasaje al sitio de la guerra con el producto de su reloj y de sus dijes, vivir de su trabajo mientras retenía sus buques el país de los libres en el interés de los enemigos de la libertad, obedecer como soldados, dormir en el fango, comer raíces, pelear diez años sin paga, vencer al enemigo con una rama de árbol, morir-estos hombres de diez y ocho años, estos herederos de casas poderosas, estos jovenzuelos de color de aceituna-de una muerte de la que nadie debe hablar sino con la cabeza descubuierta; murieron como esos otros hombres nuestros que saben, de un golpe de machete, echar a volar una cabeza, o de una vuelta de la mano, arrodillar a un toro. Estos cubanos “afeminados” tuvieron una vez valor bastante para llevar al brazo una semana, cara a cara de un gobierno despótico, el luto de Lincoln.

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Los cubanos, dice The Manufacturer, tienen “aversión a todo esfuerzo”, “no se saben valer”, “son perezosos”. Estos “perezosos” que “no se saben valer”, llegaron aquí hace veinte años con las manos vacías, salvo pocas excepciones; lucharon contra el clima; dominaron la lengua extranjera; vivieron de su trabajo honrado, algunos en holgura, unos cuantos ricos, rara vez en la miseria: gustaban del lujo, y trabajaban para él: no se les veía con frecuencia en las sendas oscuras de la vida: independientes, y bastándose a sí propios, no temían la competencia en aptitudes ni en actividad: miles se han vuelto, a morir en sus hogares: miles permanecen donde en las durezas de la vida han acabado por triunfar, sin la ayuda del idioma amigo, la comunidad religiosa ni la simpatía de raza. Un puñado de trabajadores cubanos levantó a Cayo Hueso. Los cubanos se han señalado en Panamá por su mérito como artesanos en los oficios más nobles, como empleados, médicos y contratistas. Un cubano, Cisneros, ha contribuido poderosamente al adelanto de los ferrocarriles y la navegación de los ríos de Colombia. Márquez, otro cubano, obtuvo, como muchos de sus compatriotas, el respeto del Perú como comerciante eminente. Por todas partes viven los cubanos, trabajando como campesinos, como ingenieros, como agrimensores, como artesanos, como maestros, como periodistas. En Filadelfia, The Manufacturer tiene ocasión diaria de ver a cien cubanos, algunos de ellos de historia heroica y cuerpo vigoroso, que viven de su trabajo en cómoda abundancia. En New York los cubanos son directores en bancos prominentes, comerciantes prósperos, corredores conocidos, empleados de notorios talentos, médicos con clientela del país, ingenieros de reputación universal, electricistas, periodistas, dueños de establecimientos, artesanos. El poeta del Niágara es un cubano, nuestro Heredia. Un cubano, Menocal, es jefe de los ingenieros del canal de Nicaragua. En Filadelfia mismo, como en New York, el primer premio de las Universidades ha sido, más de una vez, de los cubanos. Y las mujeres de estos “perezosos”, “que no se saben valer”, de estos enemigos de “todo esfuerzo”, llegaron aquí recién venidas de una existencia suntuosa, en lo más crudo del invierno: sus maridos estaban en la guerra, arruinados, presos, muertos: la “señora” se puso a trabajar; la dueña de esclavos se convirtió en esclava; se sentó detrás de un mostrador; cantó en las iglesias; ribeteó ojales por cientos; cosió a jornal; rizó plumas de sombrerería; dio su corazón al deber; marchitó su cuerpo en el trabajo: ¡éste es el pueblo “deficiente en moral”!

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Estamos incapacitados por la naturaleza y la experiencia para cumplir con las obligaciones de la ciudadanía de un país grande y libre”. Esto no puede decirse en justicia de un pueblo que posee-junto con la energía que construyó el primer ferrocarril en los dominios españoles y estableció contra un gobierno tiránico todos los recursos de la civilización-un conocimiento realmente notable del cuerpo político, una aptitud demostrada para adaptarse a sus formas superiores, y el poder, raro en las tierras del trópico, de robustecer su pensamiento y podar su lenguaje. La pasión por la libertad, el estudio serio de sus mejores enseñanzas; el desenvolvimiento del carácter individual en el destierro y en su propio país, las lecciones de diez años de guerra y de sus consecuencias múltiples, y el ejercicio práctico de los deberes de la ciudadanía en los pueblos libres del mundo, han contribuido, a pesar de todos los antecedentes hostiles, a desarrollar en el cubano una aptitud para el gobierno libre tan natural en él, que lo estableció, aun con exceso de prácticas, en medio de la guerra, luchó con sus mayores en el afán de ver respetadas las leyes de la libertad, y arrebató el sable, sin consideración ni miedo, de las manos de todos los pretendientes militares, por gloriosos que fuesen. Parece que hay en la mente cubana una dichosa facultad de unir el sentido a la pasión, y la moderación a la exuberancia. Desde principios del siglo se han venido consagrando nobles maestros a explicar con su palabra, y practicar en su vida, la abnegación y tolerancia inseparables de la libertad. Los que hace diez años ganaban por mérito singular los primeros puestos en las Universidades europeas, han sido saludados, al aparecer en el Parlamento español, como hombres de sobrio pensamiento y de oratoria poderosa. Los conocimientos políticos del cubano común se comparan sin desventaja con los del ciudadano común de los Estados Unidos. La ausencia absoluta de intolerancia religiosa, el amor del hombre a la propiedad adquirida con el trabajo de sus manos, y la familiaridad en práctica y teoría con las leyes y procedimientos de la libertad, habituarán al cubano para reedificar su patria sobre las ruinas en que la recibirá de sus opresores. No es de esperar, para honra de la especie humana, que la nación que tuvo la libertad por cuna, y recibió durante tres siglos la mejor sangre de hombres libres, emplee el poder amasado de este modo para privar de su libertad a un vecino menos afortunado.

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Acaba The Manufacturer diciendo “que nuestra falta de fuerza viril y de respeto propio está demostrada por la apatía con que nos hemos sometido durante tanto tiempo a la opresión española”, y “nuestras mismas tentativas de rebelión han sido tan infelizmente ineficaces, que apenas se levantan un poco de la dignidad de una farsa”. Nunca se ha desplegado ignorancia mayor de la historia y el carácter que en esta ligerísima aseveración. Es preciso recordar, para no contestarla con amargura, que más de un americano derramó su sangre a nuestro lado en una guerra que otro americano había de llamar “una farsa”. ¡Una farsa, la guerra que ha sido comparada por los observadores extranjeros a una epopeya, el alzamiento de todo un pueblo, el abandono voluntario de la riqueza, la abolición de la esclavitud en nuestro primer momento de la libertad, el incendio de nuestras ciudades con nuestras propias manos, la creación de pueblos y fábricas en los bosques vírgenes, el vestir a nuestras mujeres con los tejidos de los árboles, el tener a raya, en diez años de esa vida, a un adversario poderoso, que perdió doscientos mil hombres a manos de un pequeño ejército de patriotas, sin más ayuda que la naturaleza! Nosotros no teníamos hessianos ni franceses, ni Lafayette o Steuben, ni rivalidades de rey que nos ayudaran: nosotros no teníamos más que un vecino que “extendió los límites de su poder y obró contra la voluntad del pueblo” para favorecer a los enemigos de aquellos que peleaban por la misma carta de libertad en que él fundó su independencia: nosotros caímos víctimas de las mismas pasiones que hubieran causado la caída de los Trece Estados, a no haberlos unido el éxito, mientras que a nosotros nos debilitó la demora, no demora causada por la cobardía, sino por nuestro horror a la sangre, que en los primeros meses de la lucha permitió al enemigo tomar ventaja irreparable, y por una confianza infantil en la ayuda cierta de los Estados Unidos: “¡No han de vernos morir por la libertad a sus propias puertas sin alzar una mano o decir una palabra para dar un nuevo pueblo libre al mundo!” Extendieron “los límites de su poder en deferencia a España”. No alzaron la mano. No dijeron la palabra.

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La lucha no ha cesado. Los desterrados no quieren volver. La nueva generación es digna de sus padres. Centenares de hombres han muerto después de la guerra en el misterio de las prisiones. Sólo con la vida cesará entre nosotros la batalla por la libertad. Y es la verdad triste que nuestros esfuerzos se habrían, en toda probabilidad, renovado con éxito, a no haber sido, en algunos de nosotros, por la esperanza poco viril de los anexionistas, de obtener libertad sin pagarla a su precio, y por el temor justo de otros, de que nuestros muertos, nuestras memorias sagradas, nuestras ruinas empapadas en sangre, no vinieran a ser más que el abono del suelo para el crecimiento de una planta extranjera, o la ocasión de una burla para The Manufacturer de Filadelfia.

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Soy de usted, señor Director, servidor atento.

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José Martí

21 de Marzo de 1889

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José Martí en Efory Atocha, Aquí
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Imagen tomada de la Web.
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lunes, 24 de octubre de 2011

Adán Echeverría: "Alias"

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-----------Alias
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Adán Echeverría
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Negarlo todo como principio, ha sido mi carta de presentación intelectual. Estoy totalmente convencido del poder de los medios de comunicación. Es necesario reconocer que, en la era digital, no es posible para los grandes consorcios de la comunicación engañarnos a la primera, como sucedió en el pasado. Difícilmente se nos escapa, a la sociedad, los temas del día, las noticias. Basta abrir una red social para enterarse de lo que va ocurriendo en diversos periódicos locales, nacionales y fuera de las fronteras, canales de radio, televisión, reportajes, testigos presenciales, noticias al momento. Hay una marcha, y se envían las imágenes en tiempo real. Están en un congreso, curso o encuentro, y se envían las noticias y acuerdos, y hasta las ponencias.


Aún así, los bárbaros que gobiernan México, la partidocracia toda, hacen como que no pasa nada. El guionista Genaro García Luna, ha marcado la pauta, ha lanzado la línea para que toda la propaganda informativa de los grandes logros del Gobierno Federal sostengan su malhadada guerra, diciendo cosas de este estilo: de los 27 hombres más buscados, hemos capturado a 21. Hasta mi hijo al rezar una de estas noches oraba: Señor, que los últimos 6 hombres más buscados sea capturados pronto, por favor, para que ya no haya más muertes en mi país. Qué puede uno decir ante esto. Han capturado a fulano alias El chango, sutano alias La barbie, mengano alias El Negro Radilla, y así los alias están por uno y otro lado. Esperemos pronto no volvernos sólo un alias más, ya que cualquiera de nuestros jóvenes puede ser considerado un Alias y desaparecer.


He dicho muchas veces, y me sostengo, que lo principal que tenemos como individuos, es nuestro nombre. Nuestro nombre nos hace ser quienes somos, los alias, los avatares, los seudónimos, cumplen una función: escondernos, proteger nuestra identidad, y en el caso de los alias, desacreditar a la persona, hacerla menos, ningunearla.


Triste es que una vez que los medios de comunicación cuentan ya con el nombre del sujeto detenido, sostengan los alias cuando hablan de ellos en sus notas y reportajes. Siguen el mismo juego de la maquinaria partidista, crear temores; así, estos Alias ya no son ciudadanos faltos de oportunidades, que han sido llevados por la fuerza, o la ambición, a delinquir, se convierten en gentuza que necesita de apodos, nicknames, alias, ocultando a mansalva su personalidad, para que todos los despreciemos.


No entiendo por qué los medios de comunicación continúan manteniendo los Alias, si a la sociedad le es necesario saber el nombre completo de La barbie, dónde fue registrado su nacimiento, quiénes son sus padres y hermanos, cuántos negocios tiene que funcionan de manera legal, quiénes son sus contactos para estos negocios, si cursó estudios ¿dónde lo hizo? Los Alias evitan que podamos conocer estas informaciones y despersonalizan a estos individuos. Acaso no es responsabilidad de los reporteros, de los periodistas, esos López Dóriga, esos Carlos Marín, Loret de Mola, Carmen Aristegui, y demás, decirnos, a los lectores, televidentes, sociedad toda: El fulano apodado La barbie, cursó hasta la primaria, y es hijo del señor sutano y mengano, sus padres quisieron darle educación, pero pues las primarias de su lugar de origen no le permitieron los estudios. Su padre fue despedido y tuvo que migrar a los Estados Unidos, su madre se vio las de Caín para sacar adelante a sus hijos; La barbie, es padrino de uno de los hijos del Gobernador tal, y tiene dos negocios con familiares del Obispo tal y del Secretario de Cultura tal. Cinco canciones que estuvieron de moda en tal año, están basadas en sus vivencias, y fueron escritas por el autor tal, de cuyos hijos es igual padrino. ¿Acaso no convendría saber su biografía, así como se sabe la de Facundo Cabral? No. Nadie sabe quiénes son sus familiares, sus hijos, su esposa, su madre, sus amigos. Pero sí se dice, fue lugarteniente de fulano, ocupó tal plaza. Todo un historial detectivesco. ¿Qué más nos ocultan?


Así son igual los bárbaros en el poder, ellos son llamados FeCal alias el Espurio, AMLO alias El Peje, alias El Legítimo; Elba Esther, alias La gordillo, y así sigue, y sigue... la prensa y los medios de comunicación, siguen y mantienen este tipo de lenguaje, esta línea editorial dictada por el Gobierno Federal, y asisten a las pasarelas matutinas que presentan a diario a los malos, como presentación de libros, tanto como pasan grabaciones de interrogatorios donde se nota como los interrogantes hacen preguntas que sólo pueden ser respondidas como Sí o No... Entonces tú mataste a estos tipos, Sí, contesta, ese muchacho que se conoce como Alias El Ponchis, Mataste porque te obligaban, Sí, por eso maté. Si no matabas te iban a matar a ti, Sí, así me lo dijeron. ¡Y tenemos que creerles! Si el Pan hubiera gobernado desde hace años, entonces seguramente que no hubieras matado, No, seguro que no hubiera matado. ¿Y tenemos que creerles?

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AEcheverría en Efory Atocha, Aquí
-Imagen tomada de la Web.

jueves, 20 de octubre de 2011

David Lago-González (Cuba,1950-España, 2011)

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Tres poemas (inéditos) de David Lago-González
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Elogio de lo cubano fino
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para Rolando H. Morelli

para Kurt Findenstein, por su especial sensibilidad

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Somos de esos que cuando la muerte llega a casa,

cubrimos los espejos con una sábana blanca y detenemos los relojes

en el minuto justo en que ella entró en el cuerpo del que yace.

De esos que en medio de las grandes tormentas

y los aparatosos fogonazos de las nubes,

quemamos guano bendecido en Semana Santa,

alzamos los pies del suelo y rezamos a Santa Bárbara bendita

sin dejar de persignarnos hasta que la ira del cielo amaine.

Somos de esos que ante la vulgaridad torcemos la cabeza hacia dentro

y callamos, hasta que la ira terrestre se aplaque

y el río deje de emitir ese aterrador sonido con que simula comerse el mundo.

No movemos desenfrenadamente las caderas y, sin embargo, nos gusta amar bien.

No vociferamos, pero nos gusta el diálogo al atardecer y nos gusta reír.

También, como al que más, nos incita tentar la felicidad.

No nos atrae desfilar entre el gentío, pero pensamos y nos gusta defenderlo,

a veces hasta con la más incomprensible forma para hacerlo: con un silencio.

Y mientras todo pasa, aunque dure toda nuestra vida

―incluso aunque nunca llegue a pasar del todo―, preferimos no agitarnos demasiado;

intentamos desviar los odios y el resentimiento;

y nos sentamos en la mecedora, en el rincón más fresco de la casa,

a balancearnos en el columpio del tiempo.

Lo único que pedimos es un poco de respeto hacia nuestra particular manera de asumirlo

y que nadie intente disculpar lo que no ha vivido ni sentido.

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(Madrid, 1 de Agosto de 1999)

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El discreto encanto de la burguesía
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Al siguiente día de llegar a Madrid desde las lejanas Indias Occidentales,

mi madre quiso, supongo que más que dar gracias a Dios,

encomendarnos a que el incógnito futuro nos fuera benigno.

Para ello fuimos a una iglesia cercana a la calle Maestro Guerrero.

Era el 9 de marzo y todavía un frío cortante nos azoraba,

como nos asustaba la limpieza y la despreocupación aparente de los viandantes.

El interior de la iglesia estaba más bien situado en alguna parte de Siberia

y el desarrollo de los oficios, tan gélido como el hielo,

tan impersonal como un apretón de tuercas en una cadena de producción,

nos hizo sentir como si realmente hubiese sido Dios

quien hubiera tenido que agradecer nuestra visita a aquella casa tan desangelada.

Los abrigos de piel de algunas señoras

resaltaban la penosa evidencia de nuestras chaquetas de ropero,

y posiblemente también el ahínco que poníamos en cerrar los ojos

dándonos a una fe y una esperanza que eran toda nuestra morada.

De pronto, entre las bambalinas del órgano,

comenzaron los fuelles su sonido, más que sacro, cansino.

El organista, pobre hombre, debía sufrir un fuerte resfriado

que ya había hecho su inmersión dentro del pecho,

y para nuestro asombro, la amplificación no discriminaba

entre la melodía, el gargajeo y los esputos.

Aquello parecía ser norma de la casa pues nadie se inmutaba,

pero mi madre rompió su acto de fe y exclamó: “¡Ay, qué asco!”.

Nos miramos, y abandonamos el templo de Dios.

En ese momento sublime e irrepetible hice para siempre las paces con Luis Buñuel.

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(Madrid, 24 de mayo de 2000)

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Presuntas últimas palabras
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He decidido ir a China, donde no hay teléfono ni correos.

Truman Capote

(algunas de sus presuntas últimas palabras, según su amiga Joanne Biel)

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He decidido ir a China, donde no hay teléfono ni correos.

Donde hace siglos inventaron el helado.

Donde nadie me entiende ni yo entiendo a nadie.

Donde todo el mundo tiene prisa por comprarse un ventilador y olvidar a Mao.

Donde nadie sabe lo que se trama tras la cortina de semillas coloreadas,

igual que sucede aquí, dentro del radio de esta circunferencia

que algunos llaman “cabeza”.

Voy a morirme de disgusto porque odio el sonido metálico del cantonés,

pero puede que con un poco de suerte ―¡quién sabe!― encuentre a alguien,

aunque sea el aire, que me bisbisee al oído la arrulladora caricia del mandarín.

El mandarín es como esas nubes vaporosas

que vemos rodeando el pico de una verde montaña.

He decidido irme a esa montaña, donde no hay teléfono ni correos,

donde nadie puede dar conmigo ni puedo yo clamar ayuda,

donde nadie puede verme.

Salvo tú quizás, a quien no veo.

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(Madrid, 8 de octubre de 2001)

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David Lago-González en Efory Atocha, Aquí
- En la imagen el poeta prueba sonido en su participación en la Jornada Literaria Alternativa en la Cuesta de Moyano, el año pasado.

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